En toda La Escritura, Dios habla palabras duras y tiernas a su Pueblo. Él maldice y bendice. Sus palabras matan y sus palabras dan vida. Él habla de la ley desde el monte Sinaí y habla del Evangelio desde el Gólgota. Este equilibrio entre el discurso áspero y el compasivo se encuentra arraigado finalmente en el carácter mismo de Dios
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